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¿Por qué nos duele tanto que nos menten la madre?

Publicado: 2014-05-09

En el ranking del insulto, mentar a la madre quizá sea el arma verbal más feroz y universal a la hora de atacar a alguien. De eso sabe bastante Roger Huarhua (chalaco, 32 años, padre de tres niños, tatuaje de serpiente en el brazo derecho) quien lleva siete años como chofer de la Línea S, que viaja del Callao a La Molina. No recuerda la cantidad de veces que le han lanzado insultos contra la mujer que le dio la vida (doña Herminia Balarezo, 64 años, madre soltera), pero sí sabe que la mayoría de ellas provienen de educadísimos colegas del volante que cualquier día en hora punta pueden soltarle frases como «pasa pues, hijo de p***» o «cuádrate bonito, oye conche’ tu ****», además de otras frases impublicables.

—Pero yo les mento la madre también. Si me callo pierdo. Nadie se mete con mi viejita —dice Roger, mientras una salsa de Héctor Lavoe suena de fondo en su vehículo.

Si bien insultar –como explica el filósofo español Juan de Dios Luque en su libro EL ARTE DEL INSULTO– es un ejercicio de inteligencia y una parte indispensable de un rito de violencia; una de las expresiones más malvadas es la que apunta directamente al ser que nos dio la vida. Es decir, a la madre que nos parió. 

 Muchos en razón de su profesión, oficio o forma de ser y de pensar, se convierten en el blanco perfecto para «recordarles a su mamá» de la forma más fea posible. De eso saben bastante árbitros, policías de tránsito, dirigentes de fútbol y políticos (sobre todo, congresistas).

Sin embargo, ¿por qué nos suele doler más que se metan con mamá y no con papá, por ejemplo? Para el psicoanalista peruano Julio Hevia el tema es clarísimo: en un sistema patriarcal como el latinoamericano –donde la imagen del padre es autoritaria y, muchas veces, ausente– la madre posee un valor casi mítico. «La madre tiene una carga sentimental muy fuerte. En ella se congregan una serie de valores sublimes, excelsos y platónicos», explica Hevia. «Por eso es muy fácil usar su imagen para agredir al otro».

Basta teclear la palabra «mamá» en Google para medir la importancia de esa figura: 370 millones de resultados; 20 veces más en número que la palabra «papá». (Y la primera opción en su monitor siempre será una web con poemas cursis para ella). Incluso estadísticas como las del último Censo Nacional y las de Ipsos Apoyo obtenidas días previos al Día de la Madre el año pasado, también descubren la potencia de esa figura materna:

- 8 de cada 10 limeños cree que ser madre es esencial para una mujer. 

- En Lima, 3 de cada 10 mujeres son jefes de hogar. El papá, se entiende, brilla por su ausencia. 

 - Las amas de casa en la capital son el 40% de todas las limeñas: más de un millón setecientas mil madres, casi dos veces la población de San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado del país. 

- El día de la madre es la celebración más relevante en ventas después de Navidad. 

Mentar la madre, sin embargo, ya no tiene el mismo sentido que antes. «El acto de mentar la madre se ha resemantizado», explica Julio Hevia. El insulto adquirió un nuevo sentido y un nuevo uso, pues a fuerza de aparecer continuamente y de modo predecible en situaciones de la vida diaria, el sentido original del insulto se desgasta y se torna banal, casi inofensivo. La escena del congestionamiento vehicular es ideal para graficar este punto. 

En su libro LA ERA DEL VACÍO, el filósofo francés Gilles Lipovetsky describe el uso del insulto en los taxistas parisinos, revelando que para ellos mentarse la madre ya no resulta ofensivo y que se ha transformado en una clave más lúdica y cotidiana. 

Ser un 'hijo de puta', en ese contexto, ya no sería tan malo después de todo. 

Roger Huarhua, el chofer de combi de la Línea S, no conoce París, ni ha leído a Lipovetsky, ni sabe sobre lingüística, pero reconoce que, a diferencia de los franceses, le ha costado acostumbrarse a que le recuerden a su madre casi todos los días. 

—Así es este negocio de jodido —dice Roger, casi resignado. Aunque no por eso descarte que tenga que defender el honor de su mamá cuando sea necesario. 

Es su única verdad: «A la vieja, aquí y en la China, se le respeta». Y punto.  


Escrito por

Joseph Zárate

Editor y periodista. Adicto al glutamato monosódico. Escribe historias para poder comer. @jzarate33


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